sábado, 7 de marzo de 2015

Reflexiones femeninas. (Parte II) - La elegancia masculina








Mucho se habla sobre la elegancia masculina, sobre si consiste en vestir mejor, en tener más o menos ¨percha¨, clase, estilo u otro tipo de adjetivos, que al fin y al cabo son sólo eso, meros adjetivos. Pues la elegancia como la pintura o la escultura es un arte y si algo he podido aprender a lo largo de mi vida es que el arte es más bien subjetivo.


Si bien hay matices sobre los que nadie puede rebatir, un hombre con cierta elegancia resultará atrayente, que no por ello atractivo, vaya en vaqueros o con el mejor traje de gala que tenga. Podemos matizar también que la cultura o el moverse en un ámbito u otro, no me refiero al estrato social, sino al tipo de gente con el que ése hombre se va a juntar, va a provocar en él un refinamiento o no que le harán ser elegante. La elegancia tampoco la dará tener siete carreras o la carrera del galgo, sino cómo usamos el lenguaje y los medios de que disponemos en cada situación.


La elegancia es algo innato que surge en la persona, es como un halo que le recubre a ese hombre y hace que sea como un imán que nos atrae y hace que queramos conversar, dar un paseo o cenar con él en vez de con otro.


La elegancia se subestima mucho, pues los hombres hoy en día (al tener como referencia estrellas de cine desaliñadas, cantantes, a los cuales les daría un euro para el café si me los cruzase en el metro o jugadores de deporte que esos sí que no tienen no un metro, sino ni un centímetro más de su piel que tatuar) dan más importancia al físico que a cultivarse interiormente y para mí, con una gran subjetividad, y es que en el arte no se puede ser objetivo, no hay nada que me resulte más elegante que un caballero de los que ya apenas quedan,  para mí la elegancia sería el neoclasicismo un hombre de líneas sencillas y bien construidas, alguien que pretende contribuir a mejorar la vida de los demás, desde una lógica y con una racionalidad en que todo él tenga una razón práctica y esencial y no puramente ornamental.


También debe ser elegante en su carácter, que ha de ser: sereno, noble, sencillo (pues no caerá en la chabacanería ni el cursilísmo), no necesita de adornos, porque su simple presencia le hace situarse en un primer plano, como un buen cuadro neoclásico,  sin necesidad de imponerse, ser ostentoso, recargar o ser cargante, pues al menos para mí como mujer no hay nada más hipnótico que saber moderar el uso de los artificios y ser natural así la elegancia no será algo primordial, sino algo que le viene dado, haga lo que haga. Que tengan inquietudes, que tengan una moralidad (sin pretensión de alcanzar la santidad), que no tengan ¨demasiados¨ vicios, pero sepan disfrutar de los placeres de la vida. Todo ello con  moderación, pues como dirían los antiguos griegos ¨la virtud está en el medio¨.


Pero volviendo a la subjetividad del tema, lo que a mi puede resultarme elegante, caballeroso y agradabilísimo a otra mujer le puede resultar cuanto menos cursi, no a todos les gusta el barroco, hay gente que es más del neoclasicismo u otro tipo de estilos arquitectónicos, vaya usted a saber…


Sandra Hernanz
Abogada
Coach
Experta en protocolo
 


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